Estrés postraumático y Covid

Según definición de la RAE, estrés es la “tensión provocada por situaciones agobiantes y que originan reacciones psicosomáticas”.

Desde una visión más integradora, se puede definir al estrés como una respuesta individual de tensión psíquico-física, que obedece a estímulos tanto internos propios del ser, como a estímulos externos. Ante estas situaciones de estrés, el Ser en su conjunto prepara una respuesta que involucra todo el organismo con cambios neurológicos, hormonales, vasculares e inmunológicos. Esto, con el fin de mantener un estado de equilibrio dentro del ser mismo y en relación con su ambiente.

Este proceso de adaptación ha sido a través de los tiempos muy útil para la supervivencia. Ante diferentes tipos de estresantes se desencadena un Síndrome General de Adaptación (Ley de Seyle).

En este proceso de adaptación se genera primero una respuesta de nuestro hipocampo que estimula las glándulas suprarrenales para la liberación de cortisol y otras hormonas. Esto tiene como consecuencia la activación de nuestro sistema nervioso autónomo simpático, que es aquel que nos prepara para las tres respuestas posibles: lucha, escape o congelamiento. Esto hace que aumente la presión arterial, la frecuencia cardiaca y fluya más sangre hacia los músculos y corazón. Además aumenta la liberación de glucosa en la sangre, y un sinfín de cambios hormonales y bioquímicos. Así, ya vemos que ante una situación amenazante el organismo ha activado su sistema nervioso, su sistema hormonal, la psique y por último también como mecanismo de defensa se activa el sistema inmunológico.

Esto es lo que en la década de los 70’ se denominó Psico-Neuro-endocrino-Inmunología. Este término fue acuñado por el psicólogo Ader y el inmunólogo Cohen, siguiendo los experimentos del soviético Pavlov, de principios del siglo 20.

Lo interesante es que estos cuatro sistemas no sólo tienen en común su activación inmediata ante cualquier situación de estrés, sino que también se comunican entre ellos mediante neurotransmisores.

Hoy en día, este sistema sigue funcionando con una precisión de relojería, ya que de él depende la sobrevivencia de la especie. Lo que cambia son los estresores de estos mecanismos internos.

Los estresores son externos y son dos:

  • Estresores de Alta Frecuencia – Baja Intensidad (la hora del taco, mancharse la ropa, etc); y
  • Estresores de Baja Frecuencia – Alta Intensidad (fallecimiento de un cercano, asalto, etc).

El problema es que nos hemos visto enfrentados a múltiples pandemias, todas simultáneamente, lo que en algún escrito denominamos SINDEMIA.

Como resultado de este fenómeno, tenemos Estresores de Alta Frecuencia – Alta Intensidad, donde el día a día se vive como una amenaza real de sobrevivencia, enfrentándonos inclusive al potencial peligro de contagio de un vecino o familiar cercano, además de otras alertas que se nos presenta la vida actual.  De poco ayuda la verdadera infodemia, o el exceso de información y fake news que inundan en nuestras redes y canales de información; las nuevas modalidades online, como el teletrabajo, telestudio, tele cumpleaños; y el estrés electromagnético, al cual estamos sometidos por aparatos electrónicos y  redes wifi, que lo único que provocan en conjunto es aumentar aún más los estímulos de alarma.

Ante estas múltiples señales, vistas por nuestro cerebro como de alerta se desencadena un conjunto de juegos neuronales, hormonales, bioquímicos y psicológicos que preparan el cuerpo para las tres respuestas posibles que ya vimos: Ataque, Escape o Congelamiento.

Vale la pena detenerse un instante en una característica del cerebro descubierta en las últimas tres décadas. Dentro de ese denominado cerebro existen tres partes bien diferenciadas pero altamente conectadas entre sí, y cuyas funciones están bien determinadas: El Cerebro Reptiliano, común a todas las especies, es aquel que se dedica a controlar las funciones vitales; el Sistema Límbico; y el Neocórtex, específico al Ser Humano, ciertos Simios y Cetáceos.

El Cerebro Reptiliano tiene un gran problema en nuestro quehacer diario. Por un lado, no tiene noción del tiempo, ni noción de lo que es real, ficticio o simbólico. Todo “ES”.

La implicancia de esto es que lo que percibimos como amenaza en lo cotidiano puede ser real o no, si el sistema la vive como amenaza, entonces lo es.  También, que cuando la situación estresante fue vivida hace años, el sistema nervioso al detectar una amenaza cualquiera sea ésta, revive el episodio como antaño y responde como ya se acostumbró a hacerlo, siendo que en general la situación es otra (Estrés Postraumático).

En esta adaptación al estrés, existen tres fases:

  1. Alarma, en la cual se desencadena una serie de reacciones nerviosas y hormonales, preparando al organismo para dos respuestas posibles: lucha o huida.
  2. Una fase de Resistencia (o Adaptación), donde al mantenerse los factores estresantes empieza el organismo a presentar signos de tensión y cansancio.
  3. Por último, la fase de agotamiento, donde los mecanismos auto reguladores del organismo empiezan a fallar, generando problemas como: resistencia a la insulina, Síndrome Colon Irritable, Jaquecas, Afecciones cardiacas, entre otras. Esto trae un debilitamiento del sistema inmune, lo que puede desencadenar consecuencias desde infecciones a repetición, enfermedades autoinmunes y diversos cánceres.

El estrés en su fase inicial es necesario para la vida, y es lo que ha permitido que sigamos existiendo como especie. En sus dos otras fases, empieza a ser patológico y se le denomina Distrés.

Últimamente diferentes medios de comunicación han reportado los efectos adversos o síntomas que han experimentado personas que ha padecido COVID, o que han estado más susceptibles a los efectos del encierro, cuadros como fatiga extrema, trastornos de la líbido, trastornos de la concentración, cuadros depresivos, ansiedad, pérdida del olfato, dolores osteoarticulares, entre otras. Según nuestra visión, es muy raro que un virus deje tantas secuelas.

Todos estos síntomas corresponden a un Síndrome de Estrés Postraumático, donde en su conjunto se ve afectado el organismo presentando diversos cuadros que son el reflejo de esta alteración de la Psico-Neuro-Endocrino-Inmunología. De hecho, varias publicaciones científicas calculan que producto de esta “Nueva Normalidad”, el 35 % de la población padece este cuadro y lo seguirá padeciendo por largos periodos de tiempo, manifestándose a través de diferentes sintomatologías.

Lamentablemente, la tendencia apunta a tratar a estas personas con psicofármacos, que si bien en algunas ocasiones pueden ayudar para iniciar tratamientos, estarán lejos de ser suficientes. En general, tendremos una población aún más poli medicamentosa.

Estamos convencidos, y así lo demuestra la evidencia científica, que el organismo necesitará suplementación de nutrientes para poder enfrentar el gasto adaptativo al cual hemos tenido que lidiar en tan corto plazo. En ese sentido, la medicina ortomolecular está más vigente que nunca, pues desde ahí viene todo el conocimiento que se tiene hoy sobre diversos nutrientes, entre ellos la Vitamina C, también llamada “Hormona Anti Estrés”.

La Terapia Neural cuyo fin es estimular mecanismos de “auto eco organización”, será fundamental. Esto, ya que de por sí sola es capaz de mandar los estímulos necesarios para que el sistema nervioso de cada uno sea capaz de regularse según las necesidades individuales.

La Terapia Neural, es la posibilidad actual de unir esta medicina altamente tecnológica que tenemos con una medicina más adaptada a las necesidades de cada uno, en coherencia con el individuo, ya que se trata de una terapia propositiva y no impositiva.

En general, ante estos cuadros de estrés postraumático será importante el apoyo de terapias psicológicas enfocadas en acompañar a la persona desde la Experiencia Somática. Es decir, cómo cada organismo ha vivido estas diferentes situaciones a las que hemos estado expuestos, y ayudarlo a salir de ese cuadro rápidamente.

Sólo desde un enfoque multidisciplinario seremos capaces de encontrar recursos de autorregulación, donde no solamente serán necesarios los tratamientos enfocados en cada individualidad, sino también fomentar puntos de encuentro para volver a socializar y reencontrarnos con lo humano. Antes que nada somos Seres Sociales.

Es por eso que para nosotros, no puede haber tratamiento alguno sin antes interiorizarnos con la Historia de Vida del paciente, no solamente desde que aparecieron los síntomas o signos de enfermedad, sino compenetrándonos en todos los ámbitos que la persona intuya que juegan un rol en el desarrollo de la patología actual.

Más que nunca es necesario hacerle un espacio a esta Historia de Vida, y cómo cada cual según su biografía, sus patrones genéticos, familiares y culturales, han vivido este proceso de pandemia sanitaria. Cada uno con estos procesos ha despertado sus demonios internos, sus aprensiones, miedos y conductas que en su conjunto se cristalizan por lo que llamamos síntoma o enfermedad.