Niebla mental consecuencia del estrés cronico
En estos últimos tiempos se ha vuelto común leer algunos artículos en prensa de la llamada “Niebla Mental”.
Hace ya más de una década que se viene observando este cuadro de neblina mental, tanto así que se considera la nueva enfermedad del siglo XXI. Se ha descrito en personas que padecen de Fibromialgia o Fatiga Crónica (en un inicio se le llamaba Fibroneblina). Sin embargo, hoy estamos enfrentados a un momento nunca antes visto en la historia de la humanidad que nos presenta el cuadro de manera más generalizada y recurrente. En efecto, hoy se conjuga, una pandemia social, política, económica, ecológica y sanitaria para la que nuestro sistema nervioso no ha sido preparado y del cual no se tiene referencia para medir sus secuelas.
Estamos viviendo un conjunto de circunstancias que generan un estrés crónico patológico.
La niebla mental es un cuadro que se describe como síntomas cognitivos, pérdida de memoria, problemas de concentración, mareos, dolores de cabeza, confusiones frecuentes, lentitud en el pensamiento y sensación pantanosa mental. Este mismo cuadro se ha visto también muy frecuentemente en pacientes que han cursado COVID-19, incluso en sus formas leves y sin patología previa.
En el caso de COVID-19, si bien principalmente su sintomatología es respiratoria, lo cierto es que el virus invade todo el organismo. Por ende, se ve afectado el sistema nervioso periférico y central, y una respuesta inflamatoria inmune generalizada. No olvidar el concepto de PNIE (Psico Neuro Endocrino Inmunología), de ahí que como secuelas pueden quedar algunos de los síntomas señalados.
Cuando el organismo se ve enfrentado al cúmulo de situaciones como las que hemos vivido en los últimos meses, nuestras amígdalas cerebrales secretan principalmente dos neurotransmisores que están destinados, por un lado a que nuestras suprarrenales secreten cortisol, que es la hormona del estrés y, por otro lado, se libera una sustancia que disminuye el flujo sanguíneo a nuestros lóbulos frontales del cerebro, que es el área del raciocinio.
Esto, en gran parte, explica que con el tiempo de estrés sostenido de alta intensidad y alta frecuencia, el cerebro empieza a estar en esa nebulosa mental que estamos describiendo.
En una situación normal, una vez pasado el estrés se degrada el cortisol y el sistema nervioso entra en su etapa de reposo. Al ser sostenido en el tiempo, el cortisol no solamente no es metabolizado sino que empieza a acumularse en diferentes tejidos creando un estrés tisular, que tiene varias maneras de manifestarse. Por ejemplo, impide que la histamina (neurotransmisor irritativo) se metabolice, produciendo una irritación permanente en el cerebro. Además, afecta a nivel de tiroides la transformación de T4 en T3, que es la hormona activa, manifestándose cuadros de hipotiroidismo y letargo. Con el tiempo sostenido ante el estresor, finalmente nuestras glándulas suprarrenales se agotan, produciendo una sensación de falta de energía angustiante por sí misma.
Por otro lado, producto de este aislamiento y confinamiento hemos estado obligados a un sobre exposición a pantallas de computador, celulares y televisión, ya sea sencillamente para comunicarnos o como nuevas modalidades de teletrabajo y telestudio. Lo que al principio pudo parecer como un beneficio para tener más tiempo en familia se ha transformado en una verdadera pesadilla para nuestro cerebro y eso por varios motivos. Estos equipos emiten una luz azul que inhibe la melatonina y aumenta el cortisol, afectando nuestros relojes biológicos e impidiendo un sueño reparador. Por otro lado, nuestras pupilas al tener que estar enfocadas en un punto específico de la pantalla, impide que el ojo tenga sus movimientos normales produciendo una tensión en el cuello, lo que se traduce en cuadros jaquecosos, irritabilidad y patología de la columna en su totalidad.
Históricamente las epidemias virales han trastornado la vida de las sociedades tanto a corto plazo y la salud mental de los sobrevivientes a largo plazo. Existen antecedentes en la literatura del siglo XIX y XX que aquellas personas que sobrevivieron a las grandes epidemias luego convivieron con síntomas de insomnio, ansiedad y depresión. Se realizaron investigaciones después de la pandemia de SARS (2003) y la Gripe H1N1 (2009) que indican que luego de un año de concluidas dichas epidemias en un 40% a 50% de los afectados perduraban síntomas como depresión, estrés, disforia, alteraciones del sueño y concentración, narcolepsia y encefalitis.
Como en la Fibromialgia, no existen por ahora marcadores bioquímicos que permitan medir el grado de neblina mental.
Como siempre lo hemos señalado, la salud es mucho más que la ausencia de enfermedad. Por lo tanto, cómo hacemos para fortalecer nuestro organismo es de suma importancia para poder lidiar con los tiempos modernos.
La Terapia Neural, cuyo eje central es actuar sobre el Sistema Nervioso, promueve mecanismos de auto-eco organización. Además, es una terapia no farmacodependiente que permite estabilizar en pocas sesiones mecanismos nerviosos que fueron bloqueados a raíz de la paralización que implican situaciones de miedo o pánico. (Ver más de Terapia Neural).
La Medicina Ortomolecular es más que necesaria para poder reintegrar al sistema todos los nutrientes, aminoácidos, minerales y vitaminas que el organismo ha debido destinar para el manejo del estrés. Y más que nunca se deben considerar las megadosis de vitamina C, como lo hacen muchos de nuestros pacientes que más allá de una patología les dejamos de base 4 a 6 gramos de vitamina C al día. Recordar que somos los únicos seres vivos, junto al cerdo y murciélago, que no la producimos en nuestro organismo. Es un macronutriente esencial, siendo en los años 50 mal considerada como micronutriente.
Por otro lado, el trabajo interdisciplinario junto a la osteopatía, dada sus habilidades en manejo de las estructuras músculo esqueléticas permite soltar diferentes zonas lo que no solamente alivia dolores, sino que también descomprime estructuras neuronales para restituir los flujos de información.