INTERSOMOS
Aunque no le guste la idea, es el doctor de moda entre quienes buscan terapias complementarias. Médico y chileno pero con nombre francés y una infancia marcada por el exilio y la desaparición de su padre, la terapia neural es su forma de ir contra el sistema.
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Etienne Claudet es un hombre que se toma el tiempo para atender a cada uno de los que llegan a su consulta, ubicada en una casa de estilo francés en Providencia.
No sólo recibe a sus pacientes con calma, sino que responde los emails, llamados y mensajes de cada uno. Para él la medicina tiene que ser integral, tiene que partir desde el todo para llegar a las partes y, por lo mismo, necesita conocer la historia y la vida de quienes le consultan. Lo suyo es la terapia neural, una técnica desarrollada en Alemania que consiste en la inyección de una sustancia anestésica en puntos específicos para tratar enfermedades o dolores crónicos existentes en ese mismo punto, e incluso en otros lugares que puedan estar relacionados. Entre sus pacientes hay de todo, hombres, mujeres, niños, enfermos graves, otros que sufren de dolores crónicos y algunos que ya lo han elegido como su médico de cabecera.
Lo que en medicina tradicional se conoce como la ‘ficha clínica’ en su consulta se llama ‘historia de vida’… y como si estuviese sentado al otro lado del escritorio, es él quien relata su propia historia.
«Soy chileno pero también tengo la nacionalidad francesa. Partimos exiliados cuando tenía 11 años, porque mis padres eran miristas. Mi papá -Jean Yves Claudet- partió con nosotros pero a los pocos meses regresó, y estando en Argentina lo agarraron. Mi papá es detenido desaparecido y forma parte del llamado Plan Cóndor», dice.
Creció rodeado de secretismo, de personas que eran buscadas al otro lado del mundo y fue criado con mucha estrictez y rigor, de una manera que hoy le parece una locura. Él siempre quiso volver y convivir con la abuela que se había quedado. Y también sabía que quería estudiar medicina. Por lo que juntó ambos deseos y le planteó a su madre que quería estudiar en una facultad de habla hispana. Eran mediados de los 80, no podían entrar al país y sus opciones eran dos: Argentina y Cuba. Se matriculó en la Universidad de Buenos Aires y llegó a una calurosa y vacía ciudad en el verano de 1986.
¿Cómo fue tu reinserción en el mundo latinoamericano?
Fue fácil, porque Buenos Aires tiene mucho de París: vida de café, literatura, teatro y cine. Los argentinos son muy simpáticos, cultos y buenos amigos. Fue una muy buena época, de las mejores que recuerde en mi vida, porque Francia fue una etapa más traumática, una vida mucho más angustiante.
Su plan inicial era ser cirujano reconstructor. Para eso estudió, se perfeccionó en anatomía, e hizo clases, mientras trabajaba en el Hospital Aeronáutico Argentino. Pero no le gustó. Ya habían pasado 10 años, así que aprovechó la oportunidad, cruzó la frontera y comenzó a trabajar como médico general en Chile, mientras daba los exámenes para revalidar su título. «Al principio no fue fácil y me dieron ganas de volver muchas veces. Pero me quedé por mi abuela y porque había todo un país por descubrir, comencé a recorrerlo, me reencontré con parte de mi familia y empecé a digerir la historia y a aceptar la diferencia».
En lo profesional se demoró poco en tener éxito. «Me instalé con una consulta y comenzó a llegar mucha gente, me llenaba de visitadores médicos que me decían que era uno de los doctores que más recetaba. Eso se tradujo en un exceso de plata impresionante; estaba soltero y tenía auto, moto, casa… hasta caballos me compré. Pero me aburría mucho, porque siempre era lo mismo: venía alguien con lumbago, le recetaba antiinflamatorio y relajante muscular; estaban bien dos semanas y volvían con lo mismo. Entré en crisis y me junté con algunos amigos medio oscuros, que me llevaron a conocer todas esas cosas que durante mi formación de hijo de mirista me habían dicho que estaban mal.
¿Te metiste en el mundo del carrete pesado?
Sí, mucho carrete y con gente con mucha plata. Eran fines de los 90 y me acuerdo que nos juntábamos a comer en el Eladio y lo cerrábamos todas las noches. Nunca consumí, pero vi mucha droga, cocaína, clubes nocturnos… mis amigos eran mucho mayores, porque la vida me quitó a mi padre pero se ha encargado de darme muchos papás a lo largo de mi historia… y este era el papá del lado oscuro, el que también había que conocer.
De China a Alemania
Etienne se daba cuenta de que su estilo de vida no era saludable. Como siempre le había parecido atractiva la acupuntura, averiguó quién era el mejor exponente, y llegó donde el doctor Kin, un médico chino casi mítico en Santiago, que vive acá desde hace más de 30 años, pero no habla español. «Con toda mi soberbia de entonces, lo llamé y le dije que quería estudiar con él. Me contestó textualmente: ‘A mí no interesar, pero dame tu número y yo llamar a ti’. Yo pensé ‘chino tal por cual…’ y seguí con mi vida y mi carrete. Un año después me contactó y me ofreció ser su alumno, pero que no me enseñaría acupuntura, sino que medicina china».
Lo primero que el doctor Kin hizo fue pedirle que se deshiciera de todos sus libros de medicina. Él entendió que desde ese momento iba a aprender otro paradigma. Estuvieron juntos cuatro años. «Comencé a comprender que muchas veces mis pacientes con lumbago tenían emociones atascadas y que yo no sabía cómo trabajarlas. Viajé a Colombia y a Alemania a aprender sobre homeopatía y terminé descubriendo la terapia neural. Cuando volví donde el doctor Kin me dijo: ‘Ahora recordar los libros que botar a la basura. Sacarlos y volverlos a leer. Ahora somos amigos, ya no más su maestro’. Y hasta el día de hoy es así, aunque para mí también sea un papá… otro de esos que me envió la vida».
¿En qué consiste la terapia neural?
Es una terapia que nace en la Unión Soviética, y tiene su base en Pavlov y Speransky, que vieron la importancia del sistema nervioso, el comportamiento y estudiaron los reflejos condicionados. Como era la época de la Guerra Fría, este conocimiento no llegó a óccidente, pero sí a la Alemania del Este, donde la comenzaron a aplicar mediante el uso de anestésicos locales que servían para bloquear ciertos nervios. Pero en el camino descubrieron que, algunas veces, al pinchar una rodilla terminaban curando una jaqueca. Y eso ocurre porque el sistema nervioso todo lo integra y lo guarda en su memoria y esa información la va codificando según la vida de cada uno. La gran gracia de esta terapia es que puedes mandarle información al sistema y proponerle que cambie ciertos códigos.
¿Proponerle al sistema?
Sí, son de terapias de proposición no de imposición. Cuando doy un antibiótico o un antidepresivo estoy imponiendo algo. Acá yo propongo algo y el sistema ve si le conviene o no.
¿Y cómo te comunicas con el sistema?
La gente llega acá y me dice ‘tengo diabetes’ y yo les digo que no puedo hacer nada con eso, que necesito saber de su vida. Empezamos a meternos, por ejemplo, en las primeras molestias y a descubrir si existió algún incidente relacionado, porque nadie se vuelve diabético de un día para otro. La medicina que yo estudié es muy buena para los tratamientos agudos, pero falla en lo crónico. Pero ojo, si alguien llega acá con neumonía no me voy a desviar un segundo y le voy a dar antibióticos, después veré cómo limpiar el organismo de sus efectos.
¿Es importante ser médico para dedicarte a los tratamientos complementarios?
Creo que sí. Yo critico harto al sistema cartesiano, porque es muy cabrón y reduccionista, pero te da el rigor y la ciencia pura también es importante. Sí creo que a la medicina occidental le falta mucha sicología y que además tiende a la ultraespecialización, llegando al ridículo de que vas al traumatólogo porque te duele la mano y ¡no te sirve porque es especialista en rodilla! Hemos ido tanto a la parte que nos olvidamos del todo. A mí la medicina china me permitió volver al todo. Sí creo que hay que ser médico para hacer esto, pero tampoco soy nadie para decir que una machi no es capaz de hacerlo… sí siento que falta regulación, porque lo que no puede pasar es que cualquier persona haga un curso, se autocalifique como médico y deje la embarrada.
¿Tu historia tiene que ver con la medicina que haces?
De todas maneras. Esta medicina va contra el sistema establecido y es mi forma de rebelarme.
Los nuevos tiempos
La polémica entre la ciencia y la medicina alternativa no le es ajena. Es más, cree que el error que cometen muchos métodos complementarios es tratar de validarse científicamente y, en paralelo, no saber avanzar conforme pasa el tiempo. «La homeopatía, por ejemplo. Nació en el siglo XVII y funcionaba, pero muchas cosas funcionaban en la época de Hahnemann y no en el mundo de hoy, en que las enfermedades son multifactoriales e influidas por la alimentación, las emociones, el aire que respiras, la historia, el ruido, las ondas electromagnéticas… cosas que simplemente no existían en esos años».
¿La terapia neural es larga?
No, los efectos son inmediatos. En general nos ponemos como primer plazo un mes de tratamiento para que la gente ya tenga un 60 por ciento de disminución de sus dolores. En general a los dos o tres meses la gente está lista y si cambian algunos de sus hábitos no necesitan volver.
¿No eres tajante en cortar tratamientos tradicionales?
No, para nada… quién soy yo para decirle a un enfermo de cáncer que deje la quimioterapia. Por eso me gusta hablar más de terapias complementarias que alternativas. Me interesa generar conciencia de que cuerpo, alma y mente son uno solo, porque es aberrante pensar que el alma es para los curas, la psiquis para los psicólogos y el cuerpo para los médicos.
¿Qué diferencia hay entre lo que tú haces y la medicina antroposófica?
A mi manera de ver, no mucha. Lo que pasa es que la medicina antroposófica se maneja mucho con los cuerpos etéreos, con el alma y el espíritu. El problema es que a veces se les pasa la mano con la rigidez y muchos de ellos siguen repitiendo lo mismo que dijo Rudolf Steiner hace muchos años y entran en la misma lógica de los homeópatas.
¿Eres antivacunas?
Puedo no estar de acuerdo con algunas vacunas, pero sé que vivimos en un mundo de leyes y que decidir no vacunar a un niño mañana puede impedirle viajar o, incluso, estudiar una determinada carrera. Hay vacunas que creo que son útiles y no me opongo a las del plan nacional, pero sí a todas las que vienen después, a la de la influenza, la del papiloma. No se me ocurriría no vacunar a mis dos hijos contra la poliomielitis, pero el sistema inmune necesita estar entretenido, es parte de su trabajo.