Biología Emocional

En este contexto de cuarentena, la reflexión aparece consciente o inconscientemente como parte de nuestro día a día, invitándonos a viajar en un proceso de interior sobre lo que nos está pasando como comunidad. Las maneras de enfrentar estas dualidades y estados anímicos se manifiestan de diferentes formas y que responde a nuestra forma de vernos en el mundo y a nosotros mismos.

Hay muchos ejemplos y situaciones de confinamiento vividos en la historia reciente, y otras no tanto, pero que reflejan el espíritu más genuino de resiliencia y se las quiero recordar.

Todos, de una u otra manera, conocemos a José “Pepe” Mujica. Puede gustarnos o no, pero en esta época de cuarentena, confinamiento, encierro es bueno ver la película: “La Noche de 12 años”, que es el relato del aislamiento en cárcel de 4 jóvenes uruguayos entre los cuales está él. Otro ejemplo es el Diario de Ana Frank, aquella joven judía de apenas 13 años que vivió encerrada dos años y medio, antes de ser descubierta y deportada. Mandela y los 27 años de encarcelamiento. Historias de seres humanos resilientes abundan.

Hoy, nuevamente y tal vez como nunca en la historia de la humanidad, estamos sometidos a un aislamiento global, acorde con los tiempos que corren. El aislamiento tiene efectos psicológicos potentes.

Somos por esencia animales gregarios y sociales. Dependemos de esto para mantener y regular nuestro estado de ánimo. Los cambios de hábitos bruscos, provocan confusión, frustración, miedo, impotencia. Estos eventos generan inquietud en cuanto no sabemos qué pasará, y nuestra cabeza automáticamente empieza a proyectar escenarios futuros en base a experiencias del pasado, generando así la ansiedad. Y así ha sido esta pandemia: acelerada, disruptiva, implacable y exponencial.

Es una modificación abrupta a nuestras rutinas. Y es en estos momentos hay que saber potenciar y cuidar nuestra mente emocional para que esta no se desborde y termine por secuestrar, aislar o inhibir nuestra mente racional.

Y acá hay dos ítems fundamentales: la AUTOCONCIENCIA, y la AUTOGESTIÓN.

Esto nos permite que nuestra mente emocional no se vea desbordada y no sea necesario ir al supermercado a vaciar los estantes de papel higiénico, que seamos rehenes de cualquier mito que surja de las redes sociales, o que nuestra soberbia nos haga burlar sistemáticamente las recomendaciones de las autoridades sanitarias.

Autoconciencia y autogestión son pilares del autocuidado, y si yo me cuido, cuido al otro. Y eso de por sí es un desafío para los humanos, somos seres sociales que sobrevivimos actuando en grupo y resulta desconcertante que acá la única manera de unirnos es alejándonos.

El problema es que la ansiedad y el aislamiento aumentan la vulnerabilidad a enfermarnos. Generan hipertensión, aumentos de las hormonas del estrés: cortisol y adrenalina, que provocan procesos inflamatorios generalizados. Esta vulnerabilidad nos afecta de diferente manera, según el grupo etario. Los niños, según su edad, sufren de ver su vida desorganizarse cuando a esa edad lo más importante es el orden y la permanencia de las cosas. Los adolescentes ven sus libertades restringidas, cosa que desemboca en ira y frustración. Los adultos tienen una doble carga de sostener todas las labores de casa y tratar de seguir aportando el sustento para el diario vivir. En los abuelos, la soledad aumenta el deterioro cognitivo y una tendencia a la depresión.

Entendiendo esto es que debemos tener ciertas actitudes para poder potenciar nuestra capacidad innata de resiliencia. Y esa es una tarea de toda la sociedad en su conjunto. Los que manejan la información, que sea de utilidad pública, de educación y nos proporcionan una planilla Excel de contagiados y muertos. Por qué en vez de matinales sensacionalistas, no hay una escuela desde la televisión pública, alternando según horarios y espacios para los dos grupos etarios más complicados, como los estudiantes y la tercera edad, informar a que una mente estable fortalece su sistema inmune.

Saber que este encierro y la ansiedad nos estimula a comer cosas dulces que, a su vez, provocan inflamación y baja inmunidad. Conocer las fuentes de vitamina C, tan importantes en la inmunidad. Tomar sol, desde el balcón o el patio para el que lo tiene, te ayuda con la vitamina D que también es fundamental para las defensas.

Crear redes de ayuda, que fomenten nuestro altruismo. El confinamiento, así como tiende a paralizar la mente, también nos obliga a movernos menos, y esa ansiedad mental se manifiesta a nivel corporal en dolores musculares, sensación de corriente circulando por el cuerpo, inquietud, sensación de opresión al pecho. Y ahí es bueno recordar a los antiguos de oriente, en sus inicios el yoga fue creado por aquellos maestros en meditación como ejercicios previos para de esa forma tranquilizar al cuerpo y permitirle a la cabeza entrar a estados meditativos. Es bueno moverse en casa, departamento, jardín. Inventar una rutina de ejercicios físicos. Si vivo en departamento, bajar y subir un par de veces al día la escalera. Ejercicios, mente tranquila y alimentación sana son las claves para mantener un organismo en óptimas condiciones.

En una época donde ya estamos pensando en viajes a Marte, donde se gastan millones de millones de dólares en armamento, donde vivimos en función de valores de mercado y no valores vida, donde como nunca antes las ciencias y las tecnologías nos habían llevado tan lejos, no deja de ser sorprendente cómo un simple virus de una cadena de ARN nos tiene de rodillas. Tal vez sea justamente tiempo de parar, de estar en cuarentena y repensarnos, entender por fin que nuestra sobrevivencia depende de la interdependencia con el todo, con mi familia, mi vecindario, con el medio ambiente, con la globalidad.